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Relato de viaje – Ushuaia: la ciudad de los perdidos

Foto: Leidy Román.
Foto: Leidy Román.

Por Leidy Román.


Dicen que Ushuaia es el fin del mundo, pero para mí fue el comienzo de uno nuevo. Ese verano era el primero en el que podíamos volver a viajar después de que la pandemia del Covid- 19 se esparciera en el mundo y confinara a sus habitantes al más cruel y psicótico aislamiento obligatorio.

El plan del verano 2021/2022 era como el de todos los años: ir a una ciudad hermosa a trabajar de lo que sea para juntar plata y cumplir algún objetivo. El mío era el de comprarme un teléfono -aunque después se sumó también una compu- y Juan quería ahorrar para un viaje a Europa. Y así arrancamos al sur de Argentina por segunda vez, a “congelarnos con pingüinos”, como decía mi mamá.

Ushuaia es la capital de Tierra del Fuego, y es la ciudad más al sur del territorio argentino, fundada -oficialmente- en octubre de 1884. Si bien dicen que los primeros habitantes fueron algunos miembros del ejército y la marítima argentina, ese territorio (que después serían Chile y Argentina), lo cierto es que ya estaba habitado por comunidades de Tehuelches, Onas, Haush, Yámanas y Kawésqar, entre otras.

El exterminio y hostigamiento a estos pueblos fue violento, sistematizado y estremecedor. Ese es el origen de Ushuaia, una ciudad que hoy se esfuerza por no olvidar y recuperar su historia, entre el ocultamiento de lo que hicieron los colonizadores europeos.

Como resultado de este inicio, todas las calles principales tienen nombres de militares, como por ejemplo: Av. San Martín, Gral. Deloqui, Roca y Rivadavia, entre tantos otros. Sin embargo, debido a la reivindicación que se está haciendo de las comunidades originarias de la isla, hay calles que llevan palabras de esos pueblos, como Onas, Karukinka o Kuanip. Es una mezcla hermosa. Se refleja también en los murales que hay en las calles: figuras de los dioses de esas comunidades, cada una con una característica y una historia increíble.

Eso es Ushuaia hoy: casitas en la montaña de colores pintorescos y llamativos, paisajes de agua infinita y una naturaleza que hipnotiza.

Foto: Leidy Román.

Juan y yo coincidimos en esa ciudad en noviembre del año pasado. Nos fuimos a vivir a un hostel céntrico y económico, pero acogedor. Allí vimos pasar la más variada cantidad de gente: holandeses, italianos, norteamericanos, chinos. Pero también personas que nunca nos habíamos preguntado cómo eran: israelíes. Había muchos. Muchísimos. Por todos lados hablaban hebreo a los gritos.

¿Por qué habían tantos israelíes? Yo me pregunté lo mismo. Dicen que cuando terminan el Servicio Militar obligatorio (en Israel lo es ¡ojo!), el Estado les regala a los graduados un viaje, generalmente a distintos lugares de la Patagonia argentina y chilena.

Vivir en un hostel compartiendo con gente tan diversa, fue caótico por momentos. A mí me gustaba llamarle “la casa de Gran Hermano” porque casi que cumplíamos los requisitos del show: desconocidos que conviviamos por tiempo indeterminado. Salvo, claro, que no teníamos micrófonos y cámaras viéndonos 24/7 y no estábamos aislados socialmente (aunque si fuera por el internet del hostel, sí que lo estábamos, jajaja).

Por ahí vi pasar gente con historias muy lindas o muy tristes; inspiradoras o irracionales. Ahí tuve que aprender a soltar, porque el amor era tanto que la distancia iba a ser insoportable y, en ese acto crecí; cuando les dije chau a Adil, a Dor, a Alonso, a Shira, a Noe o a Lena. Al principio fui cobarde en no querer despedirme mirándolos a la cara, pero viviendo en Ushuaia tenés que aprenderlo a las piñas.

Foto: Leidy Román.

Estuve todo el verano y, hacia el final de los días, empecé a pensar en que Ushuaia es la ciudad de los perdidos; donde mucha gente que no sabe qué hacer con su vida, va a buscar una oportunidad y esperanza en la naturaleza. Mi verano estuvo lleno de esa gente: nos habíamos vuelto una familia que compartía su amor por la montaña, con días mejores y peores en la convivencia.

Los días en Ushuaia son igual de inestables que su clima: cuando pensaste que iba a estar soleado todo el día, de la nada se nubla y una lluvia hace que tengas que encerrarte de nuevo. Eso hace que muchas personas en lugar de quedarse dos días, se queden más tiempo.

Ushuaia es la ciudad que mientras más crees que conoces, más grande descubrís que es. Abundan las lagunas en montañas y caminos soñados para los amantes del trekking o los deportes en general. Incluso en su vegetación y fauna tiene una particularidad: bosques de lengas, hongos de colores, cascadas, ríos con plaga de castores y cumbres con vientos violentos. Estar ahí se siente como una bendición que atrapa y te hace decir“tengo que volver” y ,así, termina siendo una segunda casa para muchos.

Yo vi varias caras de Ushuaia y la isla también me ayudó a conocer varias de las mías. Cambiamos mucho cuando salimos de nuestra zona de confort y, a veces, cuesta amoldarse a un nuevo lugar y más si es con gente desconocida, pero aún así, había algo que nos hermanaba: todos fuimos en busca de cosas que no encontrábamos en otro lado y terminamos descubriendo partes nuestras.

Foto: Leidy Román.

La isla es como un espejo que demuestra lo mejor y lo peor de uno, y ahí está en vos ver qué hacés ¿lo tomas o lo dejas? Estos eran, básicamente, los temas de conversación que teníamos con mis amigos cuando íbamos a la montaña. Los grupos siempre eran diferentes: un francés, un israelí, un brasilero… en el hostel se armaban grupos con personas de todos lados y, así, improvisadamente, íbamos de campamento con personas que no hablaban español y muy pocos de nosotros hablábamos inglés, pero qué sé yo, ni nos importaba eso, todos coincidíamos en que queríamos ir a pasarla bien a algún lago maravilloso y eso supera cualquier barrera cultural.

La isla enamora y cura, es así. Yo me rendí ante esa idea cuando volví a mí casa. Pasaron 30 días y todavía sigo mirando las fotos y videos de los paisajes que visité y que compartí muy poco. Quiero volver a ver los bosques nevados, a los colores otoñales en la montaña y a sentir el viento frío en la nariz. Extraño a la isla más de lo que pensaba. Viví cuatro meses, pero no fueron suficientes y no lo son para nadie que quiera conocerla desde adentro.

Estoy segura de que volveré mientras tanto, escribo esto a cualquier perdido que no sepa qué hacer con su vida, así que también me lo escribo a mí y agrego: Ushuaia es mucho más que la ciudad más austral del mundo, es un lugar de encuentro y desencuentro, pero sobre todo de amor y naturaleza.


Contacto:@mlrp_

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