EL 22 DE MARZO DE 1895 UNAS POCAS PERSONAS FUERON TESTIGOS DE LA PRIMERA EXHIBICIÓN DE CINE DE LA HISTORIA. UN HECHO HISTÓRICO QUE MARCÓ PARA LOS TIEMPOS VENIDEROS EL COMIENZO DEL LLAMADO SÉPTIMO ARTE.
En la sala no había muchas personas, solo un puñado. Y estaban allí por otra cosa, un convenio sobre fotografía. La ciudad, París. El lugar, la Sociedad de Fomento de la Industria Nacional. Era el 22 de marzo de 1895. De repente el espacio se puso en penumbras y sobre la pared apareció la maravilla: la imagen de varias personas moviéndose como si estuvieran vivas. Sucedió hace 125 años y aún conmueve imaginárselo: aquellos incrédulos espectadores, algunos de ellos incluso especialistas de la imagen, estaban asistiendo a la primera proyección de una película de cine.
Los hermanos Auguste y Louis Lumière registraron la salida de los obreros de la fábrica de su padre con un invento de su autoría, un aparato capaz de filmar y proyectar imágenes. Mujeres de sombreros enormes cubiertas de pies a cabeza, hombres trajeados que apuraban el paso o salían en bicicleta, algún perro observando el movimiento, formaban parte de algo que, acaso sin saberlo pero intuyendo su destino de grandeza, los Lumière habían creado para todos los tiempos y con solo envolver de magia lo cotidiano: el cinematógrafo.
Luego llegarían, sí, las proyecciones en el sótano del Grand Café, donde ofrecían 10 películas de unos 50 segundos de duración cada una.
A la primera asistieron 33 personas. Pero al cabo de unas semanas, y ya en otro ámbito (una sala más grande en el mismo Grand Café), el número subió a 2.500 espectadores diarios que pagaban una entrada de un franco. Había nacido el espectáculo más grande del mundo. Y ya no habría quien lo detuviera.